Me llamo Maira, tengo 25 años y soy cosmetóloga.
La adolescencia es una etapa compleja para la mayoría de las personas, para mí fue aún más por mi problema de acné. No recuerdo mi vida antes de él. Cuando estaba en primero de liceo empezaron a aparecer los primeros síntomas: eran quistes dolorosos que supuraban de noche e incluso en algunas ocasiones me dolía dormir acostada de ese lado.
Los siguientes años fueron eternos. Comenzaron las fiestas de quince y las redes sociales hacen que todo esté más expuesto. Yo me sentía fea. Recuerdo verme en las fotos y no reconocerme, me desetiquetaba de todas las fotos porque no quería que quedaran guardadas y tener que volver a revivirlas, no quería que eso me representara. En ese entonces, realicé muchos tratamientos con antibióticos, cremas que me ardían y quemaban la piel, me dejaban marcas y pozos, pero nada funcionaba.
Recuerdo un momento particular, habíamos tenido un evento familiar y como es de costumbre, mi mamá se dedicó a retratar toda la cena. Cuando volvimos a casa, me puse a mirar las fotos. La angustia fue total; no solo porque no me gustaba lo que veía, sino porque realmente no me reconocía en ellas. El acné era tanto que casi no me encontraba ahí. Tomé contacto con que no era solo una cuestión estética, sino que me estaba afectando en otras áreas de mi vida, sobre todo la social. Salir de noche para maquillarme así tapaba mi acné y no se viera tanto, pensar dónde sentarme para que la luz no me acentuara las cicatrices, encontrar el peinado ideal que me tapara la mayor parte de mi cara. ¿En quién me estaba convirtiendo? ¿Qué estaba haciendo el acné en mí?
Cuando pude tomar contacto con la angustia que todo esto me estaba generando, pude pedir ayuda y darme cuenta que lo estético era solo la punta del iceberg.
Cumplí quince años y empezamos el proceso para comenzar a tomar roaccutane, la realidad es que no era consciente del poder de este medicamento y todas las contraindicaciones que tenía, pero yo lo veía como el único camino y solución.
Tomé una pastilla diaria durante año y medio, me realizaba exámenes de sangre cada dos meses, los labios se me secaron a tal punto que se quebraban y me sangraban. Luego de 16 meses la recuperación fue total: sentía mi piel lisa, sin dolor, ni quemaduras. Pero, no solo me mejoró la piel, sino que mi confianza y autoestima también. Ya no me escondía atrás del maquillaje, ya no sentía que me miraban con pena o desagrado, empecé a sacarme fotos y cuando me miraba, mi sensación había cambiado por completo.
Pero no todo es color de rosas. Sabía que existía una probabilidad de que volviera, pero el porcentaje era muy bajo. Sin saberlo, entré en ese pequeño porcentaje que había. Era un acné diferente, pero esas emociones que había enterrado y dejado atrás volvieron a aparecer de golpe con la misma intensidad.
Le di tiempo pensando que era un empuje hormonal, pero no mejoraba, seguía empeorando con los días. Repetí el tratamiento y la piel mejoró, pero hubo algo en mí que también cambió.
Deje de luchar contra él. Tengo la piel grasa con tendencia acneica y a pesar de haber hecho el tratamiento, de vez en cuando aparecen. Tengo puntos negros, poros dilatados, cicatrices, no tengo una piel lisa y perfecta como la que vemos en las películas y series.
Creo que ahí está la diferencia con la Maira de 15 años: ella buscaba una piel utópica, la Maira de hoy busca una piel sana, donde se pueda sentir cómoda.