Pensar en armar una rutina diaria de skincare puede sonar difícil, sobre todo cuando vamos a una farmacia y notamos miles de productos de colores y tamaños infinitos, nombres que a veces no podemos pronunciar y una ensalada de precios que abruman.
Pero contrario a esto, una rutina rápida y simple que cubra las necesidades básicas de tu piel es posible solo en 3 pasos: limpiar, hidratar y proteger.
El primer paso para que una rutina funcione es tener la piel limpia.
En general, podemos dividir los limpiadores en texturas gel o espuma para pieles mixtas/grasas y leches/cremas de limpieza para pieles secas.
Luego vamos a prestar atención a los ingredientes: en pieles más oleosas elegimos activos que regulan la secreción de sebo como ácido salicílico, ácido glicólico, tee tree, niacinamida, etc. Para pieles más secas, buscamos reforzar la barrera que protege la piel y preferimos ubicar ingredientes como pantenol, Q10, urea, ceramidas, ácido láctico y aceites.
Si la piel está diagnosticada como sensible o reactiva nos inclinamos por componentes calmantes: alantoína, aloe, tee tree, manzanilla, hamamelis.
Con el rostro limpio pasamos al segundo paso: hidratar.
En términos generales, una piel joven sin patologías puede optar por hidratación en fluidos o geles con ácido hialurónico.
Las pieles secas van a preferir cremas que contengan ceramidas y lípidos que colaboren con la restauración de la piel. Las pieles mixtas pueden inclinarse por cremas con ácido hialurónico y en las noches optar por hidratación más nutritiva.
En cuanto a las pieles más grasas, lo ideal es inclinarse por sérums hidratantes o cremas ligeras con ácido glicólico para controlar también las imperfecciones de acné.
Para confirmar si el hidratante que elegiste es el indicado para tu piel, basta con atender la sensación que te provoca llevarlo todo el día en la piel. Si te causa irritación, sientes pesadez o cualquier incomodidad, es necesario hacer cambios.
Y ahora pasamos al paso más importante de la rutina, pero lastimosamente el más ignorado, que es la protección solar. De nada sirve tener una rutina de belleza adecuada para tu piel si luego no vas a protegerla correctamente o utilizas el primer filtro que encuentras en el supermercado o aplicas el filtro corporal en el rostro.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que sea de amplio espectro, es decir, que proteja frente a la radiación UVA y UVB; que sea no comedogénico, que indique su especificación para usar en rostro y principalmente que sea de un FPS alto (mínimo factor 30).
Para pieles mixtas/grasas lo ideal es elegir fórmulas oil free y efecto matificante; las pieles secas son muy sensibles a la exposición solar y aconsejo apostar por fórmulas más nutritivas y enriquecidas con aceites.
En cuánto a las pieles sensibles, prestar atención a que las fórmulas sean hipoalergénicas y no contengan perfumes, ideal que contengan antioxidantes y sean factor 50. Además, identificar que no contengan parabenos, ni octocrileno que puede desencadenar reacciones alérgicas.
Cabe aclarar que cada piel es un mundo y conviene analizarla de forma específica. Es de suma importancia el análisis profesional para realizar un diagnóstico correcto pues es complejo auto-diagnosticarse el tipo de piel, patologías o especificaciones a tener en cuenta.
En mi práctica como profesional, es normal que acudan pacientes después de cometer errores que dañaron la piel, gastaron mucho dinero en productos que no son adecuados para su rostro o acudieron con personas que no tienen conocimiento integral de piel como órgano.
Entendida la importancia que tiene el respaldo de un experto, esta guía te facilitará a no errar si decides armar tu rutina básica por tu cuenta.